Senda sonrisa la que se traía la Nancy al enterarse que su papá se
había ganado la lotería, y que ahora iba a ser millonaria, y la más
"piqui" de su pueblo. Ansiosa abrió el balcón y luego la puerta de su
casa, entró y dando saltos de alegría abrazó a Don Chente, su padre. Todos en
la familia no se lo podían creer, pensaban en su cambio de vida, pensaban en
todo, menos en lo que era necesario.
A la mañana siguiente, cuando
Nancy iba a la escuela, todos la miraban con asombro, como si fuese un extraterrestre,
la muchachita, como sabía lo que tenía, se sentía la diosa de la calle, no
volteaba a ver a nadie ni mucho menos saludaba. "Salú cipota" - le
dijo con senda envidia la niña Margo, la que vendía pupusas a la entrada de la
escuela, y la muy condenada de la Nancy, ni la cara le dio. "¡Ay, ni que
le durara mucho" -murmuró la niña Margo, apenada porque quedó con la
dignidad debajo, enfrente de todo el gentío esperando las pupusas, después que
la Nancy, ni la cara le dio. Empezaron los comentarios entre todas las mujeres
y hasta los mismos hombres que esperaban por las pupusas.
En la escuela, la que ni quería
hablarle a sus compañeros, la que se sentía diva sin caballo. "Vicha más
bruta, ni debería de alucinar" - dijo - riéndose su maestra. Al final del
día, la pobre Nancy no recibió más que murmuraciones y críticas de la gente del
pueblo.
Después de varios días el
dinero nunca corría por la casa, la Nancy desesperada por sentir las suaves
pieles de los abrigos que siempre había querido, que los vendían allá, en la
tienda más cara de Chalatenango. "¡Oiga papa, y yo que nunca veo que esta
casa se convierta en mansión! gritó la Nancy a Don Chente que estaba afuera, en
el patio, "¡Callate vos, que nada tenés que estar diciendo!" con el
mismo tono de voz, le contestó su padre. La Nancy, afanada creando estrategias
para darle la lista de todo lo que quería a su padre. En el fondo no era
pasmada, algo bien le iba en la escuela, ya hasta las cuentas de cuánto iba a
gastar había echo.
Don Chente, preocupado porque
siempre lo tenían con mentiras los que le tenían que dar el dinero. Iba todos
los días al centro del pueblo a preguntar que si qué pasaba, sin tener
respuesta alguna. "Más que esta cosa ya se regó por todo el pueblo, que
pena que todo sea una farsa" - susurró al ir en el bus, directito a su
casa. Y como era de esperarse en los buses van de todo: las chambrosas, a los
que les hiede el sobaco, y los que se van durmiendo. Para suerte de Don Chente,
a la par de él iba la más chambrosa, ¡qué señora, por Dios! No eran ni las
cinco de la tarde cuando en el pueblo ya se había regado la bola de que a Don
Chente se lo habían bajado con el pisto.
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