"De literatura nadie se ha vuelto loco, a menos que seas Don Quijote y quieras contagiar a un Sancho Panza."

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domingo, 20 de noviembre de 2016

"OLVIDÉ MIS TORMENTOS, Y LA OLVIDÉ A ELLA" - Historias desquiciadas



"Te dije que no era buena, que soy un problema prolongado. Te dije que no servía para nada, y sin embargo me trataste. Te dije que cuando el Sol sale, yo ya estoy en mi quinta luna..." -y sollozamente se fue, sin decir más. Quedé perplejo luego de esa noche de rumba, de tragos, sexo y de todo lo que podría imaginarme.



Pensé que ni en sus cinco sentidos ella sería capaz de decir esas palabras tan profundas, pero lo hizo. Era tan fugaz, no le gustaban las relaciones estables, no le gustaban los compromisos; le apasionaba ir por la vida sin ninguna responsabilidad, sin decir nada, dejando amores perdidos que la extrañan al amanecer. Así es ella, serena e impávida ante los amores y situaciones que se le presentan.



Cuando tomó el tren de salida, recuerdo cómo su cabello rozó sus mejillas a consecuencia de una suave brisa. Desde el aparcado de maletas observé cómo ella volteó con la esperanza de que alguien la viese marchar, y ahí estaba yo, al fondo, escabullido entre las demás personas, dejando ir a una paloma sin rumbo, que quería volar lejos.



La terminal era enorme, miles de personas corriendo como si el tiempo no fuese a alcanzarles, los veía pasar como si fuera una escena a cámara lenta, entonces pensé en cómo el tiempo se disfraza de noche serena y saca sus garras al amanecer, yéndose como liebre escabulléndose entre la maleza muerta del bosque. Mientras el mundo se llena de rosas al atardecer y globos y regalos, yo prefiero estar solo en casa, con una taza de café, sentado en mi silla favorita que tiene vista hacia la ciudad, imaginando historias que jamás escribiré, o jamás van a pasarme.



El tren arrancó, recuerdo que ella iba en la tercera fila de aquel tercer vagón, ni yo sé si la dejaba ir por la falta de emociones, o porque la amaba y dejaba de ella, hacer su santa gana. Sin más que decir volteé y me fui. Después de un largo viaje en carretera llegué a casa, cansado por el recorrido. Traté de hacer mi aburrida rutina de siempre, pero sin embargo, el pensamiento no me dejó. Pesaba en ella, como si en verdad la amase. Sólo una vez he llegado a amar en la vida, los demás, sólo han sido amores pasajeros. La terrible duda de escabullirme entre los pensamientos de aquella chica me aterraban, mientras quizá, ella iba aún en su viaje de tren, ansiosa por conocer nuevas cosas y tener nuevas aventuras.



La apuesta de Sol era perfecta, y desde mi ventana podía verla. Era como un deseo. La observaba y la veía ir lentamente. Qué hermoso. Al final, la misma pena me agobiaba, atormentándome, sin sentir nada, pero amaba las apuestas de sol desde la ventana porque hacían sentirme querido, como si en el final del horizonte alguien me esperase.



Nunca tuve una rutina espectacular de la cual podría hablarle a mis amigos, siempre fue aburrida, pero la amaba. Qué raro, amaba aburrirme sólo, cualquiera diría que estoy loco.



Eran las doce de la media noche cuando un mensaje de buenas noches me despertó, era ella, aquella chica misteriosa...



Apenas y la conocí, pues nunca se dejó. Pero el poco tiempo que vivimos juntos, nos permitió vivir aventuras fascinantes, que nos llenaban de alegría y paz. A veces pienso que ella es como una montaña rusa: produce emociones pasajeras, que en un abrir y cerrar de ojos se van, junto con ella. Y estoy consciente de eso. Eran las ocho de la noche de aquel día, cansados por el agotamiento de caminar por horas hasta encontrar nuestro auto, llegamos a la montaña, donde se nos permitía ver y oír el sonido sollozo de las olas del mar. Ahí, fue nuestro culmén de fantasías, ella se entregó a mí, y yo a ella; me desnudé como nunca lo había hecho con alguien más, durante todo este tiempo, le mostré quién era; le mostré mis miedos, mis alegrías. Terminamos los dos, extasiados por aquel deseo infernal que nos venía trayendo desde hace días. El cielo estaba estrellado, y ella hizo que yo llegase a ellas.



Tomé mi teléfono y respondí a aquel misterioso mensaje. No quise demostrarle mis ganas de que volviese. Me atormentaba la idea de ir a buscarla a donde quiera que estaba, y sin saber dónde. Pensaba que si ella me quería, regresaría por mi, ¿ella pensará lo mismo? Hasta ahora, lo que sé que existe un mar de dudas para los dos. Me sentí un total desconocido cuando se fue, aquel día, en aquella estación.




Al siguiente día olvidé aquella minúscula conversación que tuvimos. Olvidé mis tormentos de anoche y la olvidé a ella.

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