Al pico
de la montaña, vivía Antonio Diaz: hombre decente con facciones muy
prolongadas. Amante del café y de los buenos momentos, sí ese era él.
Desde
pequeño siempre ansiaba cosas, y una de ellas era poder vivir en aquel cerro.
El San Jacinto le mentaban. Todas las mañanas, desde el patio de su casa lo
observaba, inquietante, fulguroso; al caer la noche Antonio Diaz, siempre solía
dedicarle prosas, poemas y sonetos a aquel cerro, era como una especie de amor,
que él no sabía. Un amor tan raro, que solo una persona demente tendría, un
amor tan peculiar.
Su
madre, Estela Martínez, siempre le decía que sus versos eran para la nada, pero
sin embargo, en el fondo, Antonio Diaz, sabía que algún día su sueño de
apoderarse del Cerro San Jacinto, se le haría realidad.
Luego
de muchos años, de vida, de momentos, y de experiencias; luego de tantas tragedias,
juegos mecánicos y diversiones, el Cerro San Jacinto se disponía sólo, ante la
ponente ciudad de Soyapango y sus alrededores. Desolado y lleno de malandros,
el Cerro San Jacinto empezó a sufrir cambios: su belleza, la magia con la que
lo veía Antonio Diaz se estaba acabando.
Supo
que sus versos no iban al aire, y que todas las tardes al cantar el gallo, el
cerro escuchaba sus plegarias, era amor, era ilusión.
Estela Martínez
siempre en el parto de la noche lo veía, con unos ojos de ternura, ella, en el
fondo sabía que el sueño de su hijo era imposible, pero nunca le mató sus
esperanzas aunque sus comentarios de vez en cuando, lo hicieran sonar
así.
Ante
los vandalismos arriba del cerro el Presidente decide ponerlo en subasta para
cesar las explotaciones vandálicas y satánicas dentro de él.
Había
pasado un largo tiempo desde que Antonio Diaz creció e hizo parte de su vida en
otro país. Después de regresar de Suiza, Antonio Diaz, se disponía a poner con
ansias una empresa de puros en su país, esperando con anhelo, algún día, poder
comprar, a como de lugar, el Cerro San Jacinto.
Pasaron
los años, y el deseo de Antonio Diaz nunca cesó, se mantenía ahí, como el bebé
que ansía con ganas el último sorbo de leche por las noches.
Después
de veinticinco días fuera de casa, recibió una llamada de Estela Martínez.
"Pon las noticias locales" -le dijo, ansiosa de que por fin, su hijo
podría cumplir su sueño. Fue ahí donde se dio cuenta de la subasta, sabía que
era su momento, sabía que no podía desperdiciar aquella oportunidad.
Por un
momento se sintió lleno de felicidad al saber aquella noticia, y sentir como
que si la vida estuviera trabajando para él. Sin más que decir regresó al país,
esperando con ansias ofrecer la cantidad más grande de dinero para poder
adueñarse de aquel cerro.
Se
llegó el día de la subasta, en el fondo, Antonio Diaz, se ponía a pensar que,
quién en su sano juicio compraría un cerro, pero no le importó porque sabía que
su ilusión era más grande que todas las impediciones que se le presentaban a su
paso. Empezó el evento de la subasta, Antonio Diaz, estaba al tanto de quiénes
serían sus contrincantes, pero él sabía que él sería el único loco en
comprarlo. Fue el único que se ofreció y ganó la subasta, por fin, había
culminado su sueño, sus expectativas de hacer del cerro algo mágico se veían
venir. Ahora sólo faltaba construir su casa su anhelada, aquella casa que
siempre soñó a la hora de dormir, llena de árboles, de madera y tan acogedora
como su ex-casa, ahí arriba, en donde el Cerro San Jacinto siempre escuchaba
sus plegarias.
Pasó el
tiempo y los sueños de Antonio Diaz se hicieron realidad. Construyó su casa,
allá arriba como siempre lo soñó, era la casa más hermosa, todos las veían
desde las faldas de la ciudad, le llamaban “la
casita del señor Toño“, espléndida.
Y
feliz ahora, Antonio Diaz goza del sueño que siempre había anhelado.
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